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domingo, 1 de julio de 2012




LA TERNURA Y EL ABSURDO EN LA NOVELA

LATIDOS DE BARRIO, DE MIGUEL PUCHE


(PRESENTACIÓN  23-04-2010)

Por mi parte, es una ocasión de alegría participar en este acto de presentación de un escritor secreto que, con este libro, deja de serlo. Latidos de barrio es una de las varias novelas que el granadino Miguel Puche ha escrito en los ratos libres que le deja su profesión informática. Esto quiere decir que estamos ante un lector y escritor vocacional no vinculado al mundo de la filología ni de su enseñanza como suele ser habitual desde hace tiempo entre nosotros, lo que añade un plus de frescura a la labor literaria que, como un lobo estepario, desarrolla desde hace años. Por eso, me gustó que el que ya fuera mi amigo me comunicara un día su pasión por la escritura. Así es que pude traspasar la clausura de su secreto literario cuando ya la amistad se había consolidado entre nosotros. De esta manera y cuando creía que, en el caso de la amistad con Miguel Puche, había roto el ámbito literario en el que, por razones profesionales y de lector, suelo habitar de continuo, me encuentro con que mi amigo de salidas al campo y a los rincones más insólitos de nuestra tierra granadina es también un escritor o, mejor dicho, es antes que cualquier otra cosa escritor, tal como se deduce del breve perfil biográfico incluido en el libro. Allí se lee:

Su pasión por los libros, lo lleva, desde muy pequeño, a tomar parte activa y va construyendo escritos, cortos al principio, hasta que un buen día se propone lanzarse a la aventura de componer una novela. Con esto descubre que la pasión de su vida estaba fundada. A partir de entonces, las novelas se van sucediendo, sin dar tregua a paréntesis por falta de inspiración.

Este sencillo hecho, por otra parte, me ha servido para aceptar que, lo quiera o no, mi vida está marcada ya definitivamente por el universo de la literatura.

Pero no he venido a este lugar a hablar de mí, sino de un libro, de este Latidos de barrio que es resultado literario de una mezcla de tierna compasión por la condición humana, no exenta de fina ironía crítica, y del cultivo del absurdo como categoría estética con su inevitable propensión al humor. Por supuesto que me he reído con la novela, pero, como toda risa, siempre queda una mueca en el rostro y la conciencia de un vacío tras los entrecortados sonidos que emitimos. Ya decía uno de mis poetas preferidos que la risa casi siempre es de doble fondo. Así es que Latidos de barrio, esa novela de más de doscientas páginas donde habitan unos personajes que son la nada social misma que anda desatando el universo de sus comunes aspiraciones, pasiones y deseos, me ha hecho tanto reír como reflexionar. Nuestra novela, escrita al modo realista, con sus inevitables gotas de costumbrismo, y con narrador omnisciente, construye su espacialización en una placeta que es trasunto de una de las de un popular barrio de Granada, el Realejo así se nombra en la novela junto con otros topónimos locales y regionales con el deseo expreso de provocar un determinado efecto de realidad, en la que habitan unos personajes de honda extracción popular y, entre ellos, el personaje de Matías, protagonista aparente de la sencilla historia objeto de narración y, en realidad, la parte más visible de una suerte de personaje colectivo que es la vida que pulula en torno a esa placeta verbal, una vida alimentada por Mohamed y otros tenderos y comerciantes, vecinas de toda condición y oficio, niños y algún que otro parásito social. En esto, Latidos de barrio, título que se quiere exacto al señalar con él el protagonismo que alcanza lo que de vida hay en ese espacio urbano, sus latidos, y la lógica descentrada, alejada y popular de un barrio, me recuerda en cierta medida a ese gran personaje único que da sentido y hace mover la historia de La colmena, de Camilo José Cela. Así es que cada uno de los personajes apenas cuenta su nada vital en torno a un suceso o acción común, si bien sus respectivas peripecias y el conjunto de las mismas acaban por construir una historia que parece no tener otro fin que el de mostrar un friso social en su despliegue de vida de un espacio urbano granadino de un tiempo relativamente cercano al nuestro en clave de un realismo de lo absurdo, como ahora  explicaré. Por lo tanto Matías, un zapatero, es sólo, insisto, el aparente protagonista en cuanto que todo parece girar en torno a él y él viene a provocar la serie de acciones contadas. En realidad, el protagonista de la novela lo constituye la gris vida social que se desarrolla en un espacio urbano muy concreto de la que percibimos en sus páginas y secciones sus rítmicos y sucesivos latidos.

¿Y qué y cómo se cuenta en la novela, cuáles son estos latidos y qué lógica los provoca? Como la mayoría de ustedes piensa y desea, no voy a decir nada que les sustraiga el interés de culminar su lectura virginal ni les aborte su acercamiento al libro. Lo que persigo más bien es provocar en ustedes el deseo de su lectura. Creo que es ese el papel que me toca desempeñar en una ocasión como la de hoy. Por eso, no teman que les pueda desactivar su propio interés lector. Sin embargo, algo he de decir acerca del sentido y significación posibles de aquello que se cuenta en Latidos de barrio por si lo quieren tomar en consideración. Pues bien, la historia se vertebra en un personaje que, próximo a la jubilación como zapatero, va a vivir unas experiencias nunca vividas antes y que lo van a sacar por momentos de la gris rutina de su vida, experiencias relativas a su trabajo, al amor, al sexo, a la diversión, etcétera. Claro que con decir esto no digo apenas nada. Lo importante radica en cómo esta historia se va convirtiendo en discurso, esto es, en una red de palabras donde el ingenio y su apuesta por lo absurdo y disparatado, la gracia, la crítica, la ironía y el hondo conocimiento de la condición humana vienen a darse cita. Miguel Puche construye una ficción novelesca siguiendo en buena medida una técnica propia de la literatura del absurdo, lo que quiere decir que va introduciendo elementos de escasa o nula coherencia en un marco lógico previsible, pero incompatible con el elemento nuevo. Podría poner bastantes ejemplos. Pero voy a limitarme a unos cuantos: lo que sucede cuando, a partir de un equívoco, distintas mujeres del barrio pasan por la zapatería buscando determinado servicio de Matías y las expectativas de regulación del nuevo negocio en ciernes; lo que pasa con el cuidado de los restos humanos en la pescadería tras la explosión de una bombona de butano; lo que acontece en la fiesta del sábado por la noche a la que asiste; o el desarrollo de la comida a la que Matías es invitado en la casa de Mohamed. En estas distintas partes de la novela, el lector asiste a situaciones disparatadas e incoherentes que le provocan, en su irracionalidad, sorpresa y risa al no corresponderse con lo que habitualmente ocurre en  la realidad y, provocándole por ello, una reflexión en lo que pueda ser lo esencial de la realidad misma, en si esta realidad resulta o no explicable, en si resulta finalmente absurda. Ahora comprenderán ustedes mi afirmación del principio relativa a que con la lectura de Latidos de barrio tanto había reído como reflexionado.

En lo que respecta a los aspectos discursivos de la novela, puedo afirmar que es un texto ágilmente escrito, con riqueza de diálogos entre los que sobresalen los sostenidos a todo lo largo del texto por los personajes Matías y Mohamed, dos antihéroes, uno una suerte de maestro y otro de discípulo, que recuerdan en cierto modo altas parejas de nuestra literatura como la de don Quijote y Sancho en su interminable conversación trufada con paremias y frases hechas, muestras de un saber popular, además de con argumentos absurdos sensatamente presentados. Pues bien, Matías y Mohamed resultan en la narración inseparables constituyendo sus diálogos los dinamizadores de la acción narrada que lleva a cabo ese trozo de la carencial vida de un barrio, el personaje colectivo verdadero protagonista de la novela. De ahí que no falten algunos granadinismos en el texto. En Latidos de barrio hay, pues, registros de uso de lo que, para entendernos, llamamos lengua común que revelan, de un lado, la fina capacidad de observación del autor y, de otro, la adecuación a ese tropel de personajes de recia estirpe popular. De todos modos, el narrador omnisciente sí mantiene un uso de la lengua culto con empleo de imágenes, metáforas y juegos de palabras donde, a la manera de Luis Martín Santos y de Camilo José Cela, se une expresionistamente lo alto con lo bajo, lo trascendente con lo irónico, la crítica con la compasión, procurando un efecto de sorpresa al lector. No faltan tampoco expresiones escatológicas ni aspectos del léxico del erotismo. Con esto quiero decir que la novela se lee bien y que logra la no fácil tarea de crear determinados efectos de realidad al tiempo que su inmediata distorsión, tal como se ha logrado en nuestra mejor literatura con el esperpento.

Miguel Puche confirma con su novela su clara condición de escritor, su honda capacidad de observación y sentido de la realidad, la ternura de su mirada a la vez que su posición crítica ante una vida que no siempre soporta una lógica racional, una vida que nombra y conceptúa en su novela a través de esos entes de ficción que habitan en la placeta de un barrio cuya lógica vital, tan socialmente normalizada, propende al sinsentido. Recibe, Miguel, mi enhorabuena por atreverte a tomar la palabra y por nacer como escritor en primavera.



ANTONIO CHICHARRO CHAMORRO

Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada

Departamento de Lingüística General y Teoría de la Literatura

Facultad de Filosofía y Letras

GRANADA

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